“La parte de los ángeles”
Entre un 2 y un 3% del whisky almacenado en barrica de roble desaparece al año por simple evaporación. Los destiladores llaman a esa pérdida “la parte de los ángeles”, pues afirman que es la parte que toca a los que dicen que les enseñaron el oficio por tan maravilloso líquido. Un “impuesto” celestial, vamos.
Con este encantador nombre hace un año el bueno de Ken Loach, un director de cine social y comprometido y que está entre mis favoritos a pesar de algún que otro altibajo, ha hecho una de esas películas que él hace y que te reconcilian un poco con la Humanidad cuando acabas de verla por primera vez, y que sabes, yo por lo menos, que volverás a hacerlo. El resto son crudas y reales como la vida misma y te dejan entre rabioso y entristecido, pero merecen la pena.
Si ya la habéis visto y lo deseáis podéis seguir leyendo, y si no os pediría que la viéseis antes. Creo que merece la pena y no quiero “destriparla”.
Como casi siempre, Loach utiliza como actores a desconocidos aficionados. Y, también como casi siempre bordan su papel. Que nadie espere un de Niro o un Day-Lewis, pero el resultado es muy satisfactorio y, dado que trata de gente que pertenece al lumpen de Glasgow, si tenéis la oportunidad de verla en versión original como yo acabo de hacer y habláis inglés os daréis cuenta de que lo que se habla en Glasgow tiene un cierto parecido con ese idioma, yo tengo amigos allí y me traducían al inglés lo que hablaban, lo juro.
Es una película de segundas oportunidades que a veces tienes la fortuna de conseguir, y trata de unos jóvenes delincuentes (cuyos “delitos” mueven más a la risa que a la condena, salvo el protagonista , Robbie, que ha dejado dañado a un joven un día de ira cuando iba “cargado de cocaína”), y que son condenados a 300 horas de trabajo comunitario. Su celador es un buen hombre aficionado y entendido en whisky, y se interesa por el caso del protagonista: acaba de ser padre por primera vez, su “suegro” le odia y está envuelto en una especie de “guerra a la siciliana” heredada y que sigue a pesar suyo y que no recuerda ni importa cómo y por qué empezó.
En un día libre el celador les lleva a una destilería en uno de esos maravillosos parajes que tiene Escocia y allí un catador profesional descubre que Robbie, que no ha probado el whisky en su vida, tiene buena “nariz” y paladar, y se enteran del valor que puede llegar a tener una de esas escasas botellas y aún más escasos barriles que se encuentran “olvidados” en muy pocas ocasiones. Una destilería va a subastar uno de esos barriles “encontrados donde no debían estar” por una de esas extrañas casualidades y que va a ser subastado, y se les ocurre un plan para robarlo.
No voy a contar más, salvo que el barril llega a tener un precio de un millón y pico de libras y quien se lo lleva un norteamericano rico… que no tiene la menor idea de lo que ha comprado, pero lo ha hecho simplemente porque era muy caro. El whisky en la película es falso de toda falsedad, pero el rico que lo acaba de adquirir lo cata y exclama: “sublime!…”. Ni idea de lo que acaba de comprar por una fortuna.
Es por esto que se me ha ocurrido escribir que me resultan odiosas las personas que gastan enormes montones de “pasta gansa” en adquirir desde licores como en el caso hasta yates de lujo pasando por obras de arte de todo tipo que, muy probablemente, ni siquiera les interesan, pero que les dan notoriedad y hacen crecer aún más su ego.
Es sumamente injusto que existan colecciones privadas de arte en manos de ignorantes millonarios y que los que las disfrutarían y los que han dedicado su vida a el estudio y la divulgación de las obras tengan que conformarse en el mejor de los casos con copias o suplicar al dueño que las ceda temporalmente a los museos.
Peor aún me parece que quien disponga del dinero suficiente para la adquisición no sea un millonario caprichoso, sino una “corporación” y lo dedique a la especulación pura y simple. El whisky ya no sería un licor maravilloso que, por el saber hacer y el cuidado que pusieron en él sus destiladores más el mimo con que el tiempo lo envejeció en las mejores condiciones posibles se ha convertido en un elixir de dioses, sino un “activo” de una “compañía” que lo “atesora” para re-subastarlo e intentar sacar de ello otro pastón superior al invertido, o bien para guardarlo por si vienen mal dadas y es necesario desprenderse de algo valioso para salir del paso. Ejemplos sobran.
No, damas y caballeros. El arte, sea el que sea, no es para esconderlo sino para hacerlo público y disfrutarlo.
El whisky, tras pagar “la parte de los ángeles”, acaba en buenas manos, y la película te pinta una sonrisa al finalizar.
By Nacho 16-03-13 para “Ankabri”.
Bah!.
ResponderEliminarSeguro que ese "Nacho" lo que querría es una (buena) parte de ese whisky.
Si lo sabré yo.
Anónimo: eso le apetece a Nacho y a alguno más jeje
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